Sólo un arte honesto que sea capaz de traspasar las limitaciones impuestas por el medio será el que perdure eternamente.

Fotograma: Donatas Banionis y Natalia Bondarchuk en Solaris de Andrei Tarkovski 1972
Zebda-Arabadub (L'arene des rumeurs 1992)



The Smiths-What she said (Meat is murder, 1985)



Donovan- Atlantis (Barabajagal 1969)


lunes, 8 de septiembre de 2008

Andrej Tarkovsky. El autor en busca de su público.

Fotografía de Andrej




Andrei Tarkovski

EL AUTOR EN BUSCA DE SU PUBLICO
Extracto de: Esculpir en el tiempo. Andrei Tarkovski. Editorial Rialp. Madrid, 2005.



La equívoca posición del cine, entre arte e industria, es la causa de muchas de la anomalías existentes en las relaciones entre el autor y el publico. Partiendo de este hecho generalmente aceptado, quiero examinar algunas de las dificultades con las que se enfrenta el cine, y considerar algunas de las consecuencias que se derivan de esta situación.
Todo producto, como sabemos, ha de ser viable; para que pueda funcionar y desarrollarse no solo tiene que cubrir gastos, sino dar ganancias también. Por lo tanto, el éxito o el fracaso de una película y su valor estético se basan, paradójicameme, en la oferta y la demanda, es decir, en las leyes generales del mercado. Ni que decir tiene que ningún otro arte esta tan sujeto a este tipo de criterios. Mientras el cine siga estando en la situación actual. nunca resultan fácil que una obra autenticamente cinematográfica llegue a ver la luz o muchos menos que tenga acceso a un publico mas amplio.
Par supuesto, los criterios mediante los cuales el arte se distingue de lo que no es arte, de la impostura, son tan relativos, indistintos e imposibles de manifestar, que nada resulta mas fácil que substituir las normas estéticas por métodos de evaluación puramente utilitarios, los cuales pueden estar dictados por el deseo de obtener la máxima ganancia económica posible o por motivos de tipo ideológicos. Ambos aspectos están igualmente alejados del verdadero propósito del arte.
El arte es aristocrático por naturaleza, y sus efectos sobre el publico naturalmente selectivos. Incuso en sus manifestaciones «colectivas», como el cine o el teatro, su efecto esta relacionado con las emociones intimas de cada una de las personas que entran en contacto con la obra. Cuanto mas impresionen y absorban dichas emociones al individuo, mas significativo sera el lugar que ocupe la obra dentro de su experiencia personal.
La naturaleza aristocrática del arte no absuelve al artista. sin embargo, de la responsabilidad hacia su publico, e incluso, de manera mas amplia si se quiere, hacia la gente en ~eral. Todo lo contrario: debido a la especial consciencia que el artista tiene de su tiempo y del mundo en que vive, se convierte en la voz de aquellos que no pueden formular o expresar su visión de la realidad. En este sentido el artista es. de hecho, la vox populi. De ahí que este llamado a servir a su propio talento, lo cual implica servir a su gente.
No llego a entender el problema de la llamada Libertad o «falta de libertad» del artista. Un artista nunca es libre. No hay grupo alguno de personas con menos libertad. Un artista esta atado por el don que posee, por su vocación.

Por otro lado, es libre de escoger entre desarrollar su talento tan completamente como pueda, o vender su alma por treinta monedas de plata. (No fue acaso la consciencia de su vocación, de su cometido, la que impulso la enloque­cida búsqueda de Tolstoi, Dostoievski y Gogol?
También estoy convencido de que ningún artista se esforzaría por cumplir su misión espiritual personal si su­piera que nadie iba nunca a ver su trabajo. Y al mismo tiempo, sin embargo, en su trabajo, debe separarse mediante una pantalla de las demás personas, para protegerse de lo vacío, lo tópico y lo trivial. Solo la honestidad y sinceri­dad totales, junto con la consciencia de su propia responsa­bilidad hacia los demás, pueden asegurar el cumplimiento del destino creativo del artista.

Durante el transcurso de mi trabajo en la Unión Soviética, se me acusaba a menudo (y la acusación se repite con demasiada frecuencia) de haberme «desconectado de la rea­lidad», como si yo me hubiera aislado conscientemente de los intereses cotidianos de la gente. Debo admitir, con absoluta franqueza, que nunca comprendí el significado de estas acusaciones.. Me parece que resulta ciertamente utópico imaginar que un artista, o, de hecho, cualquier persona, pueda desentenderse de la sociedad, de su tiempo, pueda estar «libre» del tiempo y el espacio en los que ha sido concebido. Siempre he pensado que todo artista (por muy diferentes que sean los planteamientos estéticos y teóricos de los artistas contemporáneos), debe ser, necesariamente, el resultado de la realidad que le rodea. Quizás podría ser acusado por algunos de interpretar la realidad desde un punta de vista inaceptable, pero eso no es lo mismo que estar desconectado de la realidad. Esta claro que cada persona expresa su propio tiempo y lleva consigo, forzosamente, las leyes de desarrollo del mismo, al margen del hecho de que no todo el mundo esta dispuesto a tener en cuenta dichas leyes, o a enfrentarse con aquellos aspectos de la realidad que le resulten desagradables.
El arte, como he dicho antes, afecta las emociones de una persona, no su razón. SU funciones, por así decirlo, la de remover y liberar el alma humana, desarrollando su capaci­dad de percibir lo bueno. Cuando vemos una buena película, o un cuadro, o escuchamos música (suponiendo, por su­puesto, que se trate de «nuestro tipo» de arte), nos vemos desarmados y cautivados desde el principio, pero no por una idea, sino por un pensamiento. En cualquier caso, la idea de una gran obra es siempre equivoca, tiene siempre dos caras, como dijo Thomas Mann; es tan polifacética e indefinida como la vida misma. El autor no puede por tanto contar con que su obra sea entendida de alguna manera particular y conforme a su propia percepción de la misma. Lo único que puede hacer es presentar su propia imagen del mundo, para que la gente pueda verla a través de sus ojos, y llenarse de sus sentimientos, dudas y pensamientos...
Por su parte, el publico, estoy completamente seguro, es más receptivo, sutil e imprevisible en cuanto a sus necesidades de lo que a menudo suponen los responsables de la distribución de las obras de arte. Y de esta manera, la percepción que tenga un artista de las cosas, por muy compleja o enrarecida que resulte, puede siempre -y casi diría que esta destinada a ello inevitablemente- encontrar un publico mas o menos numeroso que este perfectamente compe­netrado con la obra en cuestión. Las continuas discusiones sobre si una obra tiene o no sentido para la llamada «amplia masa» de la gente -para una especie de mítica mayoría solo complican el problema de la relación entre el artista y el publico o lo que es lo mismo, entre el artista y su tiempo. Como escribió Alexander Herzen en Mi Pasado y mis Pensa­mientos: «En sus obras mas autenticas el poeta o el artista es siempre nacional. Haga lo que haga, sea cual sea el propósito o la idea que tenga en una obra, siempre expresara, lo quiera o no, algún elemento del carácter nacional; y lo hará mas profunda y vividamente que la propia historia nacional..
La relación entre el artista y el publico es un proceso que se establece en dos niveles. El artista que permanece fiel a si mismo y se mantiene independiente de lo tópico crea nuevas percepciones y eleva la capacidad de entendimiento de las personas. A su vez, la creciente consciencia de la sociedad propicia el desarrollo de una energía que poste­riormente resultara en el nacimiento de un nuevo artista.
Si observamos las mas grandes obras de arte compro­bamos que existen como parte de la naturaleza, como parte de la verdad, e independientemente del autor o el publico. Guerra y Paz, de Tolstoi, o Jose y Sus Hermanos, de Thomas Mann, tienen una dignidad que las eleva por encima de los intereses triviales y cotidianos de los tiempos en los que fueron escritas.
Este distanciamiento, esa visión desde fuera, desde una cierta altura moral y espiritual, es lo que hace posible que una obra de arte pueda vivir en el tiempo histórico, con un impacto eternamente renovado. (He vis to Persona, .de Berg­man, muchas veces, y siempre me ha dado algo nuevo. Como toda verdadera obra de arte, permite que uno se pueda relacionar personalmente con el mundo que crea la película, interpretándolo en cada ocasión de forma diferente).
El artista no puede ni tiene derecho a rebajarse a ningún tipo de nivel abstracto y estandarizado con el fin de obtener una mayor accesibilidad o difusión. Si así lo hiciera, esto solo conduciría a la decadencia del arte, y lo que esperamos es que el arte florezca; creemos que el artista tiene todavía recursos por descubrir, y al mismo tiempo. creemos que los diversos públicos tendrán necesidades cada vez mas serias... En todo caso, eso es lo que queremos creer.
Marx dijo que «Para disfrutar del arte es necesario ha­ber sido educado artísticamente». El artista no puede tener como objetivo especifico el resultar comprensible, eso seria tan absurdo como la actitud opuesta: el intentar resultar incomprensible.
El artista, su obra y su publico son una entidad indivisi­ble, como un organismo único unido por el mismo flujo sanguíneo. Si surge un conflicto entre las partes del orga­nismo, es necesario darle un tratamiento experto y mane­jarlo con cuidado. Nada podría tener un efecto mas perjudi­cial que la aplicación de los criterios de uniforme mediocri­dad del cine comercial o los conceptos de « fabricación en serie» de la televisión; estos corrompen al publico de ma­nera imperdonable, negándole la experiencia del verdadero arte.
Hemos perdido casi totalmente la vista lo bello como criterio del arte: en otras palabras, la aspiración a expresar el ideal. Cada época esta marcada por la búsqueda de la verdad. Y por muy dura que sea dicha verdad, contribuye siempre a la salud moral de un país. Su reconocimiento es la señal de un tiempo saludable, y no puede estar nunca en contradicción con la idea moral. Cualquier intento de escon­der la verdad, encubrirla o mantenerla en secreto, colocándola sobre el fondo de una idea moral distorsionada, dando por sentado que esta ultima sera repudiada a los ojos de la mayoría por la verdad imparcial, solo puede querer decir que los criterios estéticos han sido substituidos por intereses ideológicos. Tan solo una expresión fiel de los tiempos en los que vive el artista puede transmitir un ideal moral verda­dero, en lugar de propagandístico.
Este era el tema de Andrey Rublyov. A primera vista, da la impresión de que la verdad cruel de la vida esta en triste contradicción con el ideal armonioso de su trabajo. Lo esen­cial de la cuestión, sin embargo, es el hecho de que el artista a no puede expresar el ideal moral de su tiempo si no entra en contacto con la heridas sangrantes de ese tiempo, si no las sufre y las vive el mismo. Así es como el arte triunfa sobre la «infame» y dura verdad, reconociéndola claramente como lo que es, en nombre de su propio propósito sublime: este es el cometido que tiene destinado. En este sentido, casi se podría decir que el arte es algo religioso, en cuanto que esta inspirado por el compromiso con una meta mas alta.
Desprovisto de espiritualidad, el arte comporta su propia tragedia. Puesto que incluso para poder reconocer el vacío espiritual de los tiempos en que vive, el artista ha de poseer cualidades especificas de sabiduría y entendimiento. El verdadero artista sirve siempre a la inmortali­dad, esforzándose por inmortalizar el mundo y al hombre dentro del mundo. Un artista que no intenta buscar la verdad absoluta, que ignora las metas universales para dedicarse a lo accidental, solo puede ser un servidor del tiempo.
Cuando termino una obra, cuando esta sale por fin de mis manos, después de un periodo mas o menos largo de «sangre y sudor», según sea el caso, entonces confieso que dejo de pensar en ella. La película se ha deshecho de mi, se ha ido por su propio camino, para empezar una vida inde­pendiente de adulto lejos de su progenitor, y no tengo ya ningún control sobre lo que le ocurrirá.
Se de antemano que no tienen sentido esperar una reacción unánime por parte del publico, no solo porque a algu­nos les gustara mientras que a otros los enfurecerá, sino porque uno tiene que tener en cuenta que la película sera recibida y analizada de maneras diferentes incluso por aquellos a quienes haya agradado. Y solo me puedo alegrar si la película admite varias interpretaciones.
Me parece inútil y carente de sentido el evaluar el «éxito» de una película aritmeticamente, en función del numero de localidades vendidas. Evidentemente, a una película no se la interpreta nunca de una manera solamente, ni se le atribuye un solo significado. El significado de una imagen artística es necesariamente inesperado, puesto que es el resultado de la manera en la que un individuo ha visto el mundo, a la luz de sus propias idiosincrasias. Tanto la personalidad como la percepción resultaran afines a unos y completamente ajenas a otros. Así es como ha de ser. En todo caso, el arte seguirá desarrollándose como siempre ha hecho, independiente­mente de la voluntad de nadie; y los principios estéticos, actualmente abandonados, serán superados una y otra vez por los propios artistas.
En un sentido, por tanto, el éxito de mi película no tiene que ver conmigo, puesto que cuando llega al publico ya esta terminada y no tengo la posibilidad de cambiarla. Pero al mismo tiempo no puedo creer a aquellos directores que dicen que no les importa la reacción del publico. Todo artista -y lo afirmo sin vacilar un momento- piensa en un encuentro entre su obra y el publico; lo que piensa. espera, y cree, es que este producto de su voluntad resultara acorde con los tiempos, y por tanto vital para el espectador, tocándole en las mas intimas profundidades del alma. No hay ninguna contradicción en el hecho de que no haga nada especial para agradecer al publico, y que sin embargo tenga la fervorosa esperanza de que mi película sera aceptada y querida por aquellos que la vean. Me parece que la ambiva­lencia de esta postura es el aspecto fundamental del problema del artista y el publico, entre los que existe una relación llena de tensiones.
Un director no puede ser entendido igualmente bien por todo el mundo, pero tiene derecho a un grupo mas o menos numeroso de seguidores entre el publico aficionado al cine; esta es la condición de existencia normal del artista indivi­dual, y de la evolución de la tradición cultural en la sociedad. Esta claro que cada uno de nosotros quiere encontrar el mayor numero posible de «almas gemelas», que aprecien nuestro trabajo y lo necesiten; pero no podemos prever nues­tro propio éxito, ni seleccionar nuestros principios de trabajo con el fin de garantizar el mismo. En el momento en que uno empiece a atender exclusivamente las necesidades del audito­rio, estaremos hablando de la industria o el negocio del espectáculo, la diversión de las masas, o como se quiera definir, pero nunca de arte, el cual obedece necesariamente sus pro­pias e inmanentes leyes de desarrollo, nos guste o no.
Cada artista realiza su labor creativa a su manera; sin embargo, lo diga abiertamente o no, el objeto último de sus sueños y esperanzas es, invariablemente, el contacto y en­tendimiento en lo mutuo con el publico, y el fracaso en este sen­tido afecta a todos por igual. Uno recuerda por ejemplo, .como Cezanne, reconocido y aclamado por todos los demás artistas, sufría profundamente porque a su vecino no le gustaban sus cuadros.
Me parece admisible que un artista, acepte un encargo para trabajar sobre un tema determinado. Pero no admito la idea de que se ejerza un control sobre la ejecución o el tratamiento de dicho trabajo; eso me parece completamente inútil y equivocado. Hay una serie de factores que en si mismos excluyen la posibilidad de que el artista dependa de cualquier otra persona o del publico: si lo hace, entonces sus propios problemas, conflictos y sufrimientos interiores serán inmediatamente distorsionados por matices que son ajenos a él. El aspecto mas intricado, arduo y gravoso del trabajo de un artista es el que se refiere estrictamente a la ética: lo que se E exige es una honestidad y una sinceridad totales para consigo mismo. Y eso significa ser responsables y honesto con el publico.
Un director no tiene por que querer contentar a todo el mundo. No tiene derecho a restringir su trabajo por obtener el éxito. Si lo hace, será a un precio muy alto: la realización de sus objetivos dejara de tener significado para él. Aunque sepa que su trabajo no va a tener una difusión muy amplia, no es licito que por ello efectúe cambios en lo que ha sido llamado a hacer. Pushkin lo expreso muy bien:


Eres rey. Vive solo. Toma un camino libre
Y síguelo por donde tu mente libre te conduzca,
Perfeccionando los frutos de tus pensamientos
Sin buscar recompensa por los nobles actos realizados.
La recompensa esta en ti. Tú eres tu propio juez.
Nadie te juzgara nunca con mayor severidad.
Exigente artista, ¿te agrada esto?


Cuando digo que no puedo influir sobre la actitud del publico hacia mi, estoy intentando formular mis propios objetivos profesionales. Es muy sencillo: Se trata de dar, con el máximo rigor autocritico, todo lo que uno tiene. ¿Cómo es posible entonces que surja la cuestión de «conten­tar al publico», o de «dar al publico un ejemplo a seguir? ¿Qué publico? ¿Las masas anónimas? ¿Los autómatas?
No hace falta demasiado para saber apreciar el arte: basta con tener un espíritu sensible, abierto a la belleza y capaz de una experiencia estética espontanea. Entre mi pu­blico ruso había muchas personas cuyo nivel cultural no era excesivamente alto. Yo creo que la sensibilidad artística nos es dada al nacer, y que luego crece según el desarrollo espiri­tual de cada uno.
Siempre me ha sublevado la frase «la gente no lo entenderá». ¿Qué quiere decir? ¿Quién tiene derecho a expresar la opinión de la gente». a erigirse en representante de un supuesta mayoría de la población? ¿Quién puede saber lo que la gente entenderá o deje de entender,lo que necesita o lo que quiere? ¿Acaso se ha efectuado alguna vez un verda­dero sondeo de los auténticos intereses de las personas, de su manera de pensar, de sus esperanzas 0 sus decepciones? Yo formo parte de la gente; he vivido junto a mis conciudadanos, he atravésado la misma epoca histórica que cualquier otra persona de mi edad, he sido testigo de los mismos procesos y acontecimientos, e incluso ahora, en Occidente sigo siendo un hijo de mi pais. Soy una partícula, un fragmento de ese pais, y espero expresar ideas que surjan de sus mas profundas raices historicas y culturales.
Cuando uno hace una película, alberga siempre la espe­ranza de que lo que E entusiasma o preocupa tenga también un interés para los demás. Uno espera, sin caer en la condescendencia, que el publico reaccione favorablemente. EI res­peto por el publico se debe basar en la convicción de que no es menos inteligente que uno mismo. Por otra parte, para que haya comunicación es indispensable la existencia de una especie de lenguaje común. Como dijo Goethe, una res­puesta inteligente exige una pregunta inteligente. El verda­dero dialogo entre director y espectador solo es posible si ambos comparten los mismos problemas, o por lo menos las abordan desde el mismo nivel.
Mientras que la literatura ha estado desarrollándose durante aproximadamente dos mil años el cine lucha todavía con las dificultades propias de la gestación, como lo hicieran las demás artes reconocidas. No se puede saber con certeza si hasta ahora el cine ha dado autores comparables a los creadores de las grandes obras maestras de la literatura universal. Yo pienso que no. Y creo que se debe a que el cine no ha definido todavía su carácter específico, su propia lenguaje, aunque a veces este cerca de conseguirlo. De ahí que con este libro solo pretenda aclarar algunos puntos. En cualquier caso, el estado actual del cine implora una urgente reconsideración de sus virtudes como arte.
A diferencia del pintor, que sabe que va a trabajar con los colores, o el escritor, que es consciente de que hay que establecer una comunicación con el lector por medio de las palabras, aun no sabemos exactamente con que «materia hemos de construir la imagen cinematográfica. El cine en general busca todavía su forma de expresión; por otro lado cada director esta intentando encontrar su propia voz, mientras que todos los pintores usan el color, y se pintan muchísimos cuadros. Nos queda mucho trabajo por delante si queremos que este medio de interés masivo se convierta en un verdadero arte.
Me he centrado expresamente en las dificultades objetivas con las que actualmente se enfrentan el publico y los directores. La imagen artística es por naturaleza selectiva en cuanto a sus efectos sobre el auditorio. En el caso del cine este problema se ve agravado por los extraordinarios gastos que supone realizar una película. Tenemos, pues, una situación en la que el espectador es libre de elegir al director que le sea afín, mientras que el director no puede declarar abiertamente que no le interesa en absoluto aquel sector del publico que utiliza sus películas como entretenimiento, o como manera de evadirse de las angustias y las privaciones cotidianas.
No se Ie puede culpar al espectador por su falta de buen gusto; no todos tenemos las mismas oportunidades de desarrollar nuestras percepciones estéticas. Ahí es donde esta la verdadera dificultad. Creer que el publico es el «juez su­premo» del artista sólo complica las cosas. ¿Quién? ¿Qué publico? Los responsables de la política cultural deberían preocuparse por crear un cierto clima, un cierto nivel de producción artística, en vez de con tentar al publico con subproductos carentes de autenticidad que corrompen irre­versiblemente los gustos del espectador. Sin embargo, no es deber del artista solucionar este problema. Afortunada­mente, no es responsable de la política cultural, sino del nivel de sus propias obras. Siempre que el publico lo consi­dere de interés, el artista hablara abiertamente de todo aquello que tenga que ver con el.
Hubo un tiempo, después de terminar Espejo -y después de anos de duro trabajo realizando películas- en que me plantee seriamente abandonarlo todo... Pero en cuanto comencé a recibir todas aquellas cartas (algunas de las cuales cite antes) me di cuenta de que no tenia derecho a hacer algo tan drástico, ya que si entre mi publico había gente así, personas que realmente necesitaban mis películas, yo es­taba obligado a seguir trabajando.
EI que haya espectadores para los cuales es importante y provechoso establecer un dialogo específicamente con­migo es el mejor estimulo que puedo tener en mi trabajo. Si hay algunos que hablan el mismo lenguaje que yo, no puedo descuidar sus intereses por el mero hecho de que existen otros grupos de personas que me son completamente ajenas, que ya tienen sus propios «dioses e ídolos» y a las que nada me puede unir.
El artista debe limitarse a ofrecer su arte de manera abierta y con honestidad. El publico, por otro lado, sabrá apreciar el valor de nuestros esfuerzo.
Intentar a toda costa mantener contento al publico, aceptando sin sentido critico sus gustos, supone una falta de respeto, puesto que indica que sólo se busca su dinero. Conduce ademas a que el publico tome por validos unos juicios equivocados. No desarrollar la capacidad critica del publico equivale a tratarlo con total indiferencia.




Texto escojido de la siguiente edición en lengua castellana:
- Esculpir en el tiempo. Andrei tarkovski. Rialp, Madrid. 2005.

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